sábado, 29 de noviembre de 2014

Este artículo me lo han "aguado"

A raíz de un artículo en ABC sobre un nuevo sistema educativo en Nueva Zelanda en el que están quitando las normas, y cuando decimos quitar las normas, nos referimos a las supérfluas, que esto siempre hay que especificarlo, porque luego vienen los iluminados a decirnos que cómo se van a quitar las normas y que, y que... No señores, no es que nos volvamos salvajes, es que pongamos las mínimas normas, las necesarias, las que surgen del respeto humano (que se demuestran y se aprenden mejor con hechos que con normas, dicho sea de paso). 

Pues bien, como decía, en ese mismo artículo le preguntan a D. Gerardo Aguado, profesor de la Facultad de Educación y Psicología de la Universidad de Navarra:
>> ¿Y eso de enseñar divirtiendo? ¿Debe ser el aprendizaje ameno, con el fin de obtener resultados más satisfactorios? «Eso es una tontería», remacha el experto. «Si enseñamos divirtiendo los niños jamás serán adultos, siempre serán unos bebés o personas muy infantiles. Los pequeños deben saber que el mundo no es bello, ni justo, y que vivir en él es difícil. Por ello digo que la única forma de ser libre es tener unas normas, que ya nosotros decidiremos si cumplimos o no».

Y como quiera que sea, yo también tengo derecho a expresar mi opinión al respecto. Y no voy a hablar de Nueva Zelanda.

A ver cómo desgranamos esto teniendo en cuenta que hablamos desde un punto de vista educativo, hablamos de infancia, de alumnos de primaria, secundaria... y, en última instancia, de personas.

Me está diciendo el señor catedrático que lo mejor es poner normas, pero que luego ya veremos si las cumplimos o no, entonces, pregunto: ¿para qué poner tantas normas? O lo que es peor, ¿para qué enseñar tantas normas y desde tantas normas? ¿Para enseñar a cómo saltárnoslas? ¿Para enseñar a dilucidar entre cuáles me salto o no? Y, me surgen otras... ¿Para qué? ¿Para llegar a ser Ministra de Sanidad (un ejemplo entre miles) y acabar manchada presuntamente con la tinta de la corrupción porque presuntamente decidí saltarme las normas de todo tipo habidas y por haber?
Y todo eso, solo para obtener la consecución de un ojetivo que me parece fundamental: ser libres. Entonces para ser libres, verdaderamente libres y poder optar entre cumplir o no las normas, decidimos educar normatizando todo. Conozco miles de (licencia literaria, son menos de mil, porque no conozco tantos) centros de secundaria donde los chicos no pueden salir de sus clases entre horas o ir al cuarto de baño si no es con permiso.

Si llevamos tantos años haciendo esto de una misma forma, ¿no podríamos cambiar? ¡Aunque solo sea para ver si funciona! Por que si funcionase sería la pera limonera. ¿Y si, tal vez, dejamos que los niños, desde niños, sean libres (no salvajes, ya lo escribí antes) y aprendan a discernir entre las opciones que se les plantean? Quizá aprenden así a partir de la propia  experiencia. Si esos chicos hubieran gozado de ciertas libertades en infantil y primaria, seguro que en secundaria las seguirían disfrutando. Y cómo no conozco bien las etapas de infantil y primaria desde dentro, no sé en qué momento se tuerce todo, si es por unos o por otros, en primaria, en secundaria, en sus casas en un verano... no quiero yo echar culpas y quitarme el muerto de en medio, no, es que no sé bien dónde ni cómo se produce eso.

Sin embargo, y dicho ya todo lo anterior, y ahora hablo de secundaria, donde trabajo, y de primaria (por mis hijas), cuando les das libertades, cuando les dejas que se equivoquen, cuando les das responsabilidades... aprenden a una velocidad vertiginosa. Anda pero es que se equivocan... claro... como yo me equivoqué en su día, y como me equivoco ahora y como espero equivocarme en muchas cosas en la vida que me quede. Cuando le dices al chico con peor comportamiento de tu clase, ese en quién nadie confía, ese al que muchos temen o no soportan y le dices que vaya a hacer un recado por favor, se le queda cara mezcla de póker mezcla de ¿yo? ¿Estás seguro? Pero aquí entramos ya en otro tema, que es la confianza, y eso será otro día.

«Si enseñamos divirtiendo los niños jamás serán adultos, siempre serán unos bebés o personas muy infantiles. Los pequeños deben saber que el mundo no es bello, ni justo, y que vivir en él es difícil».

Uf... Del juego creo que hablaré otro día por no extenderme demasiado hoy. Y de que los adultos sean unos bebés o infantiles porque jugaron mucho... creo que también, porque tendría que hablar de tanto, que acabaría escribiendo un libro... que llegará... Y la palabra bello hablando de la vida me lleva, precisamente, a eso, a La vida es bella, película dulce, tierna y cruda donde nos queda muy clarito que la vida no es bella, ni justa (en muchos momentos, claro). En el mundo hay guerras, hay violencia, hay falta de solidaridad, hay egoísmo, hay asesinos en serie y en serio, y tus familiares se mueren, y tu pareja te abandona, y hay profesores con mucha falta de sensibilidad, también. Y yo qué sé la cantidad de cosas duras y difíciles que hay en la vida.

Pero... ¿insinuar que no se puede jugar con los niños porque la vida es dura? ¿Calificar el juego de tontería y compatibilizarlo con ser profesor de la Facultad de Educación y Psicología de una Universidad? La verdad, quizás sea yo el que esté equivocado y, como siempre digo, yo no estoy en poseesión de la verdad, pero, aunque sea dentro de mi equívoco, me gusta más apostar por el juego que por la crudeza, señor Aguado y, creáme, muchos niños saben ya desde niños lo difícil que es el mundo, no tienen por qué ir a una escuela para saberlo. Ojalá estuvieran vivos los niños de Avilés (y otros muchos, desgraciadamente) para poder preguntarles, o preguntemos a los que sufren abusos sexuales de sus propios padres, de sacerdotes, de..., o a los que no tienen qué comer...

El mundo no es bello ni justo, es difícil, sí señor, en ocasiones lo es, aunque no siempre. Y creo que lo suyo es educar para aceptar y superar lo mejor posible esos momentos difíciles en lugar de, como hacen muchos irrespetuosos con la infancia que hay por ahí, hacérselo ya difícil a los niños. Que ya bastante nos han aguado muchos la infancia para que se sigan promulgando estas actitudes a estas alturas de la vida.

Aunque, insisto, es mi opinión. Sólo mi opinión.


Suscríbete a este blog y te avisarán cada vez que se publique una entrada. 

viernes, 21 de noviembre de 2014

La obediencia.


A principios de este mes estuve bastante  atareado y me retrasé en la publicación de entradas en mi blog. Así que me propuse escribir otra en esta misma semana, como bonus extra, si queréis llamarlo así.

Pensaba escribir una entrada sobre la obediencia.

Luego recordé que ya este verano hablé de ella en un post en el blog de la pedagogía blanca que me publicaron y que versaba sobre la obediencia y supernnany (te recomiendo que lo leas, mi querido amigo Afó; a los demás también, si queréis y no lo habéis hecho aún). En aquél momento mucha gente aún no me seguía en mi blog o no me conocía por facebook. Por eso os dejo el enlace.

Aquél post me trajo de cabeza a mucha gente, sacó carcajadas de otras por algunas expresiones y me llovieron justas críticas en mi contra (hice caso de las constructivas y respetuosas). Recuerdo a Nohemí Hervada, que tanto rebotó desde su muro...ahí empezó nuestra virtual amistad... y le mando un beso.

Mi intención primera, a la hora de escribirlo, era criticar el comentario de la editorial publicada en el reverso del libro con el objeto de vender más libros y no al programa televisivo en sí, que no he visto, salvo trozos y retazos sueltos y, desde luego, no dudo de que haya gente a la que le vengan bien sus técnicas, aunque yo no las comparta, tal y como desmembré en aquel artículo.

En cualquier caso, por si alguien no quiere leer aquel artículo entero, os transcribo aquí la parte en que hablaba de la obediencia. Si ya has leído el artículo anterior, entonces sáltate la cursiva y sigue leyendo después.

Obediencia no es ordenar, regañar, castigar, maltratar, gritar, aislar, ignorar y dar por hecho que la ausencia de cariño es vital porque los niños de hoy día son muy listos y se las saben todas. Saben hasta latín… Ojalá, porque si supieran latín, probablemente sabrían que la palabra obediencia aparece recogido por primera vez en nuestros textos en torno al siglo XIII como oboedire, que, a su vez, proviene del latín ab audire, que viene a significar hacia lo oído. Y eso no lo saben ni los adultos, porque en nuestro sistema educativo corrupto y maltrecho conviene mantener la disciplina castrense (en el sentido de militar, de marcial y de que castra de forma indisoluble el comportamiento y el futuro de las personas).
Hemos corrompido esta expresión con el paso de los años. Cuando una persona era obediente es que iba hacia lo escuchado, pero no por obligación militar o “respeto mordoriano", sino porque aquello que escuchaba le parecía bien y lo hacía.
No sé si me explico. Yo le puedo pedir a mi hija que me traiga un vaso, por favor, acompañado de un guiño, de un beso, de una carita cariñosa… o le puedo decir que como no me traiga un vaso se va a enterar. Probablemente, conociendo a mi hija, me lo traiga en ambos casos. Sin embargo, en el primero, la transmisión de información se hace desde la base del respeto y el cariño y mi hija entenderá que si no me trae el vaso no va a haber ninguna consecuencia, ni buena ni mala. No voy a dejar de quererla ni voy a respetarla menos.
Es decir, que si decimos las cosas de forma que a los otros les llegue un mensaje lleno de respeto y/o cariño, esa persona tenderá a hacer lo que escucha, va hacia lo escuchado, hace lo que se le pide, pero por propia elección dentro de su contexto. Eso, señores y señoras, es obediencia. Cualquier otra cosa que nos enseñen es, a mi modo de ver, falso.
La obediencia dictatorial es un atajo. Exige menos recursos para un padre, es más cómodo y los objetivos se consiguen mucho antes. Ahora bien, dudo que eso conlleve a criar adultos responsables de verdad.

Y añado, hoy, viernes 21 de noviembre de 2014, que con el tiempo he descubierto que cuando mis hijas no obedecen, casi siempre, por no decir siempre, es porque no han escuchado, por eso no pueden ir hacia lo escuchado. Muchas veces están tan sumidas en la lectura de sus libros, en sus juegos, en sus conversaciones, que, evidentemente, un comentario mío ajeno a todo eso no lo escuchan. Al final yo acababa diciéndoles que ya se lo he repetido 4 veces (ó 40) que por favor lo hagan, que ya está bien... Con el tiempo he descubierto, no hay nada como experimentar, que es mejor llegar hasta ellas, tocarlas en el hombro, darles un beso o, simplemente, captar su atención de alguna forma, y, entonces, y solo entonces, en ese momento, decirles lo que me gustaría que hicieran en ese instante. Claro que se pierde más tiempo... 

Sin embargo, volviendo al tema que nos ocupa hoy, recordad que hay una diferencia abismal y abisal entre ser obediente y ser sumiso. Las personas obedientes, entendiendo este concepto como he explicado, son personas sanas emocionalmente, respetadas y respetables; las personas sumisas, fieles súbditos a los que se les educó en esas formas, no suelen ser tan sanas. 

Seamos obedientes, no sumisos. Eduquemos en esa línea. Se profundiza más, se trabaja mejor, se obtienen mejores resultados, se crea un mundo mejor.

Termino con una anécdota. A principios de este milenio, que dicho así, suena horrible, daba clases en 1º de bachillerato en un centro concertado. Me tocó hablarles de la figura de Óscar Romero y de la espantosa situación que durante años se vivía en El Salvador. Aproveché cierto jaleo de clase para gritarles. Excesivamente. Violentamente. De forma desproporcionada a lo que había sucedido. Pobres Piluca, Emilio... y sus compis... qué mal lo pasaron. Así estuve dos días: gritando, sin dejarles ni respirar, expulsando del aula... Al tercer día les pedí que me dijeran cómo se habían sentido. Se acordaron de toda mi familia, vivos y muertos (algunos hasta lo verbalizaron; no me ofendí). Les pedí perdón. Entendieron a la perfección lo que era la obediencia mal sana y la opresión.

Y creo que la virtud no está en hacerlo bien, porque somos humanos y como tales cometemos errores; creo que la virtud está en intentar darse cuenta de las cosas para enmendarlas en la medida de las posibilidades de cada uno.


Suscríbete a este blog y te avisarán cada vez que se publique una entrada.

martes, 18 de noviembre de 2014

Problemas de ropa...

Veo que en algunos ámbitos, a lo largo del día de hoy o de ayer, se ha generado cierto recelo respecto a las ropas y pelos de determinado personaje público, sobre si puede o no puede o sobre si posa o no posa.
No voy a hablar de política, no es el fin que me propuse en este blog.

Sin embargo, ¿saben lo que de verdad es un problema de ropa?

Pues según mis experiencias en los últimos 10 años de docencia y en diversos centros, me ha hecho pensar...

Un problema de ropa es cuando sabes, antes de doblar la esquina del pasillo, que te vas a encontrar con fulanito, alumno de primero, porque ya hueles en la distancia esa misma ropa que lleva desde hace cuatro días.

Un problema de ropa es ver a tu alumno menganito, de segundo, con unos pantalones rotos desde la ingle hasta el tobillo...porque no tiene otros que ponerse.

Un problema de ropa es ver a chicas con ropas raídas y algo sucias porque su padre, con el que viven, está en paro y con otros pocos de hijos más, y sabes que duermen como el tetris: 4 en una cama, dos para cada lado y entremezclando las piernas.

Un problema de ropa es recoger ropa usada entre profesores y demás personal del centro para repartirlo entre determinadas familias del mismo centro.

Y, es más, un problema de ropa es que cada día haya que dar el desayuno a varios alumnos que sabes que, desde ayer a mediodía, en el comedor del instituto, no han vuelto a comer; si acaso una bebida energética de esas de moda...para aguantar el tirón.

Un problema de ropa es comprar algún que otro día un bocadillo para ese chico que todos los días en el patio desayuna un bocado de cada uno de sus diez o doce compañeros a los que ha convencido para que le den el susodicho bocado.

Un problema de ropa es no poder hacer tareas en clase porque no tienes ni un lápiz.

Un problema de ropa es que por la ineptitud de algunos no se pueda atender decentemente a algunos.

Un problema de ropa es que a lo mejor tienes que comprar ropa en Alcampo o Carrefour porque no te da para más, porque no pudiste estudiar en Navarra o en Granada, que más da.

Un problema de ropa es, sin duda, que no te abriguen con unos buenos abrazos diarios.
Un problema de ropa es no poder cubrirte con las caricias de alguien que te hace cosquillas.
Un problema de ropa es no poder ponerte ninguna sonrisa que te aprecie al levantarte.
Un problema de ropa es no poder vestirte en la mirada de otro, aquel que te dio la vida y ahora te repudia.
Un problema de ropa es no tener en el vestidor ni un te quiero al mes.
Qué digo... un problema de ropa es no tener un vestidor de este tipo...

¿Quieren que siga con problemas de ropa? Porque estoy seguro de que conocen muchos y no hace falta que yo se los diga. Y si no los conocen, es que no están en el mundo. Porque solo hay que pasear o elegir un barrio poco "decente" para trabajar y ver la cantidad de problemas de ropa que existe.

No me vengan con chorradas de que un presidente o candidato a esto o a lo otro no puede o no debe... ¿Quién establece lo que se puede o se debe?

Eduquemos más en vivir que en sobrevivir, eduquemos en compartir, eduquemos en repartir, eduquemos en igualdad de posibilidades, eduquemos en felicidad, eduquemos en sentido común, eduquemos en el cariño, en el respeto, en la tolerancia, en la valoración y el ánimo, eduquemos en cooperación, eduquemos en generosidad, en ayuda y en autoayuda, eduquemos en limpieza física y de espíritu, eduquemos en ecuanimidad y en abrazoterapia si fuere necesario...

Doy gracias a diario por cómo mis padres se las ingeniaron para que sus siete hijos e hijas pudieran buscarse la vida con sus estudios.

Soy profesor de instituto y no, no me puse corbata el día de mi boda. Pregunten por ahí...no a mi mujer, no sería objetiva... pero iba impecable, guapísimo...con mi camisa de cuando estuve un mes de misiones en Brasil acompañando a unos amigos que llevaban dos años y dando clases de español a personas que lo necesitaban para el equivalente a su selectividad...pero ese... ese es otro tema.

jueves, 6 de noviembre de 2014

El enaltecimiento de la estupidez.



 De verdad... qué ruina el guasap...

Me ponen a mil y de muy mil humor los grupitos mierdas de padres y madres con las tareas del cole, con perdón.
Los padres y madres, con toda su buena intención, aún no se han enterado de que envilecen el día a día de sus hijos con acciones tales.
No solo son tontos los padres y madres sino que, además, entontecen más a sus hijos. Se les explica y te miran con cara mezcla de póker mezcla de "éste tío es tonto". Vale, tonto, sí. Me lo pido. Mejor tonto que idiota... ya lo dice el diccionario. 
Hace tiempo que no lo leo... pero, antiguamente, y en un contexto de hace años, el diccionario decía que "tonto" era aquel que nacía con algún tipo de tara o discapacidad (y perdonen el vocabulario, antes se decía eso y cosas peores a nuestros actuales ojos). Y en otra página, lógicamente, decía que el idiota era aquel que, habiendo nacido bien, sin taras ni discapacidades algunas, se volvía tonto.


En la clase de mis niñas, me dicen, hay un grupo de esos… en los que nosotros no estamos… faltaría más… Y por lo que me cuenta... mejor no estar. Algunos aún no se han enterado de que hay niños que no llevan tareas a casa porque lo han hecho todo y los que llevan muchas tareas es porque se han pasado la mañana a lo suyo...

Ayer miércoles me dice una alumna que los padres y madres de su clase han hecho un grupo de deberes, para estar al día y “controlarnos más” –dice ella. Y añade: “Maestro, mi madre me dijo ayer que si no tenía que estudiar para el examen de francés. Le dije que no y ella me insistía en que sí. Y yo en que no, porque no tengo francés, sino Refuerzo… Y se quedó dudando maestro, no se fiaba de mí”. Pues eso. Algunos se vuelven tontos…
Los padres y madres se quieren preocupar tanto, tanto, tanto por sus hijos... que deciden hacer un grupo de guasap.  ¿No sería mejor comer con ellos, charlar con ellos, confiar en ellos, hablar del cole, del trabajo...?
Ese tipo de actuaciones va entonteciendo (y perdonad que insista tanto en la idea) a los chicos cada vez más... y a pasos agigantados. Que un día se les olvida un examen o una tarea, pues nada, para la próxima vez se irán responsabilizando.
Este tipo de actuaciones  les quita responsabilidades, los entontece (sigo haciendo hincapié), los sobreprotege... y luego se vuelven tontos y necesitan 238 consejeros para que les orienten en una alcaldía de pueblo.

Dejad, por favor, a los niños crecer... a su ritmo, a su aire, con sus límites y sus responsabilidades... 

¡¡¡PERO NO ME MANDÉIS NI UN MALDITO GUASAP MÁS!!!

Que yo sí sé qué y para cuándo lo tienen que hacer mis chicas. Y si no... pues ya está. Nadie se muere por eso (o no debería).
Por eso yo no estoy en esos grupos... me revientan.
Qué pesados sois.

Y como siempre ha dicho mi padre, en esta vida no hay nadie tonto... a lo que añado yo: pero cada vez estamos más rodeados de idiotas. Y la culpa la tenemos nosotros mismos. Y ahora no estoy hablando del sistema educativo, sino del devenir diario en el que participamos activamente en muchas ocasiones...

Y luego está lo de “no, es mañana”, “no, es para el martes”, “no, es mañana”, “no, es para el martes”, pues tu niña no se ha enterado… ha sido usted echada del grupo… Idiotas… lo vengo diciendo desde el principio… Idiotas.

El enaltecimiento de la estulticia debería estar penado también…

Suscríbete a este blog por correo electrónico

Enter your email address:

Delivered by FeedBurner